miércoles, 23 de mayo de 2012

¿Es perverso el autointerés?


Uno de los mecanismos más admirables en la naturaleza se relaciona con la forma simple como a partir de unos pocos mecanismos, se genera toda la variabilidad y diversidad biológica. Es este el caso de la evolución de los organismos mediante la selección natural. Toda variabilidad biológica es el resultado de mecanismos simples como, variación,  herencia, y selección de las variaciones. Hay un eslogan ingles que se refiere a esto en lo que se conoce como: ”Keep it simple, stupid” – KISS - (mantenlo simple, estúpido), y que alude a que no siempre las soluciones óptimas para un problema son las más complejas, sino las más sencillas. Los ingenieros informáticos conocen muy bien este principio y lo aplican también al diseño de altas tecnologías, se refieren a este principio en los siguientes términos: “haz esto a prueba de estúpidos”.
Sin embargo, en muchas ocasiones, los análisis que hacemos de la realidad operan al revés, buscamos explicaciones que resultan más complejas que aquello que queremos explicar. Por ejemplo, ha resultado muy complicado dar cuenta de la inteligencia. Si nos mantenemos fieles al principio KISS, se debe tener cuidado en dos cosas que el principio distingue: 1) la simplicidad de los principios o reglas y, 2) la complejidad y variedad de las posibles soluciones que los principios generan. Si aplicamos el principio al análisis de la inteligencia, se establecería que con reglas sencillas, como un principio de variación y la ley del efecto, serían suficientes para dar cuenta de la diversidad de soluciones calificadas como inteligentes.
El principio KISS, se empezó a aplicar en la psicología a partir de la ley del efecto, para dar cuenta de la diversidad de las acciones de los organismos. A este principio se le conoce también, principalmente en las ciencias sociales, como principio de autointerés. Y es desde las ciencias sociales de donde viene el complemento de la ley del efecto. Este segundo mecanismo, se refiere a que las acciones humanas pueden influir o no influir en el otro, completando así los principios que podrían explicar de forma simple, toda la complejidad del comportamiento, principalmente la complejidad de las acciones humanas.
El autointerés y la influencia en el otro se combinan para originar la diversidad de relaciones dadas entre humanos. Por ejemplo, el principio de autointerés puede condicionar las formas de influencia en el otro.
Toda conducta calificada como “perversa” está condicionada por el autointerés. Algunas de estas formas de influencia a veces se legitiman como “legales”. Algunas formas de intercambios son de esta clase, como en una relación de trabajo, en la cual uno de los miembros de la relación es quien se beneficia de dicha relación, o en una relación de pareja en donde uno de los miembros es quien obtiene la mayor cantidad de beneficios de la relación. Hay otro tipo de relaciones que están explícitamente calificadas como perversas, como en los casos de apropiación de los recursos del otro o de los otros. Y un modelo económico de apropiación de recursos a favor de uno o de unos, es un modelo de medios de influencia perverso.
La historia de humanización, es precisamente el esfuerzo continúo de los seres humanos por colocar en el centro de las relaciones humanas el autointerés. Es el esfuerzo por hacer de los humanos seres sujetos de moralidad, sujetos de principios éticos.
Tanto el autointerés como las formas de influencia en el otro, necesitan de medios para su realización. Darwin (1859/1983) se refiere a esto en los siguientes términos, “la variabilidad está generalmente relacionada con las condiciones de vida a que ha estado sometida cada especie durante varias generaciones sucesivas… En todos los casos hay dos factores: La naturaleza del organismo –que es el más importante de los dos- y la naturaleza de las condiciones de vida” (p. 190). Para el caso del autointerés, los medios son básicamente medios mecánicos, es decir de relación directa entre el organismo y el ambiente fisicoquímico y bioecológico. Para el caso de los medios de influencia en el otro, estos son medios de desarrollo convencional. Es decir, se trata de medios que funcionan por modos de conducta acordados con el otro; como cuando alguien dice “pásame la sal”, esto sólo funciona por que hay una relación convencionalizada entre el referidor y el referido.
Sólo cuando una sociedad logra convencionalizar el autointerés, es decir, que acuerda plenamente las formas de intercambio y acuerda los “cómo” para el respeto del autointerés, estamos ante una sociedad con un principio moral.
Tiberio Pérez Manrique
Referencias
Darwin, C. (1859/1983). El origen de las especies. Madrid: Sarpe.

domingo, 6 de mayo de 2012

¿Estamos preparados para abandonar nuestra preciada mente?


“Our basic claim is that biological thinking about heredity and evolution is undergoing a revolutionary change. What is emerging is a new synthesis, which challenges the gene-centered version of neo-Darwinism…we will be arguing that: There is more to heredity than genes” (Jablonka y Lamb, 2005).

  Una de las mayores dificultades conceptuales, por las que ha atravesado la psicología, continúa siendo la del dualismo mente - cuerpo. Aunque este no ha sido un problema exclusivo de la psicología, sí es en ésta en donde se ha resistido a una solución científicamente productiva. Los psicólogos, y mucho menos la gente del común, nunca han estado dispuestos a abandonar sus preciadas mentes. Muchas veces, categorías analíticas, o campos de trabajo que en principio parecen distantes, han encontrado formas de relacionarse de forma coherente; tal es el caso de la geometría analítica (geometría y algebra), neo-Darwinismo (selección natural y genética). Sin embargo, no es este el caso de uniones ilegitimas como cognitivo – conductual, que más resulta ser una unión de conveniencia social que de relaciones productivas, más bien constituyen una figura retórica conocida como oxímoron.

  El problema de las relaciones mente-cuerpo, parece continuar sin solución, no obstante que hace ya varios años Ryle (1949), se refirió a éste, como un problema debido a un “error categorial”. Pero al parecer, el constructo que la edad media hizo de lo psicológico, al transformarlo en la idea de un alma trascendental,  sirvió de base para toda una concepción de naturaleza humana. De estudiar esta naturaleza humana se le encargaría luego a la ciencia, a la psicología, y a la biología, principalmente. Las ciencias que asumieron este encargo, también asumieron los supuestos metafísicos con los que la religión había dotado a la naturaleza humana, como era la de que el hombre traía ya impreso un destino, y el papel de la razón y del conocimiento era el de descifrar tal destino. La biología es otra de las ciencias que asumió este supuesto, al colocar en los genes la naturaleza humana; se trata ahora de leer en los genes, ¿qué hay dispuesto en ellos para cada ser vivo? (Wilson, 1978; Pinker. 1997).

  Tal vez, en la biología, el problema se originó, como dice Jablonka y Lamb, en el haber enfatizado que el único producto de la selección natural es variabilidad genética. Y esto es así, porque tampoco la biología pudo escapar a los constructos trascendentales, tan es así, que se interpreto a la teoría de la evolución, como si la selección operara para seleccionar organismos; a la manera que lo haría un entrenador de futbol, que selecciona sólo individuos, sin tener en cuenta en dónde jugarían, o como lo haría un seleccionador de caballos, quien no considera qué uso le daría a los animales que seleccione.

  Quizá es tiempo de recuperar las ideas de Aristóteles, quien consideró que lo que hacia la distinción entre un ser inerte y un ser vivo, era su posibilidad de entrar en relación - su propiedad relacional -, como algo distinto de seres herméticamente cerrados. Esto implica, que para hablar de adaptación, hay que hacer énfasis en el aspecto relacional de los seres vivos y como tal, la unidad de análisis de lo adaptativo debe ser las relaciones que los organismos establecen con el medio ambiente, las cuales en su conjunto constituyen una forma de vida. La unidad de análisis no debe ser una mente que interpreta el ambiente con el propósito de adaptarse a éste, además porque las mentes como entidades cerradas no pueden hacer ningún tipo de interpretación.  

  Si abandonamos nuestra preciosa mente, y nos centramos en el análisis de las distintas formas de vida en las que viven los distintos organismos, incluido el conocimiento como forma de vida y de convivencia, tal vez, el conocimiento científico empiece a jugar un papel más efectivo, más congruente, más coherente, y nos permita ahora si, desde los propios hechos, definir mejor eso que los humanos construyen y de lo que luego hablan como si hubiera existido siempre – la naturaleza humana.
  
  Sin embargo, habrá que preguntar, ¿están los hombres dispuestos a desprenderse de su más preciado valor, su mente? No parece, cómo dejar de hablar de las mentes superiores, de las eminencias, de las mentes brillantes, a nombre de las cuales se ejerce poder sobre otros, se legitiman absurdos. ¿Por qué estudiar miserables formas de vida, si solo las mentes superiores serán seleccionadas?
Tiberio Pérez Manrique
Jablonka, E. & Lamb, M. J. (2006). Evolution in four dimensions. Cambridge: The MIT Press.
Pinker, S. (1997). How the mind works. New York: W.W. Norton & Company.
Ryle, G. (1949). The concept of mind. New York: Barnes & Noble.
Wilson, O. E. (1978). On human nature. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press