Uno de los
mecanismos más admirables en la naturaleza se relaciona con la forma simple
como a partir de unos pocos mecanismos, se genera toda la variabilidad y
diversidad biológica. Es este el caso de la evolución de los organismos
mediante la selección natural. Toda variabilidad biológica es el resultado de
mecanismos simples como, variación,
herencia, y selección de las variaciones. Hay un eslogan ingles que se
refiere a esto en lo que se conoce como: ”Keep it simple, stupid” – KISS - (mantenlo simple, estúpido), y que alude a que no siempre las soluciones
óptimas para un problema son las más complejas, sino las más sencillas. Los
ingenieros informáticos conocen muy bien este principio y lo aplican también al
diseño de altas tecnologías, se refieren a este principio en los siguientes
términos: “haz esto a prueba de estúpidos”.
Sin embargo, en
muchas ocasiones, los análisis que hacemos de la realidad operan al revés,
buscamos explicaciones que resultan más complejas que aquello que queremos
explicar. Por ejemplo, ha resultado muy complicado dar cuenta de la
inteligencia. Si nos mantenemos fieles al principio KISS, se debe tener cuidado en dos cosas que el principio
distingue: 1) la simplicidad de los principios o reglas y, 2) la complejidad y
variedad de las posibles soluciones que los principios generan. Si aplicamos el
principio al análisis de la inteligencia, se establecería que con reglas
sencillas, como un principio de variación y la ley del efecto, serían
suficientes para dar cuenta de la diversidad de soluciones calificadas como
inteligentes.
El principio
KISS, se empezó a aplicar en la psicología a partir de la ley del efecto, para
dar cuenta de la diversidad de las acciones de los organismos. A este principio
se le conoce también, principalmente en las ciencias sociales, como principio de
autointerés. Y es desde las ciencias sociales de donde viene el complemento de
la ley del efecto. Este segundo mecanismo, se refiere a que las acciones
humanas pueden influir o no influir en el otro, completando así los principios
que podrían explicar de forma simple, toda la complejidad del comportamiento,
principalmente la complejidad de las acciones humanas.
El autointerés y
la influencia en el otro se combinan para originar la diversidad de relaciones
dadas entre humanos. Por ejemplo, el principio de autointerés puede condicionar
las formas de influencia en el otro.
Toda conducta
calificada como “perversa” está condicionada por el autointerés. Algunas de
estas formas de influencia a veces se legitiman como “legales”. Algunas formas
de intercambios son de esta clase, como en una relación de trabajo, en la cual
uno de los miembros de la relación es quien se beneficia de dicha relación, o
en una relación de pareja en donde uno de los miembros es quien obtiene la
mayor cantidad de beneficios de la relación. Hay otro tipo de relaciones que
están explícitamente calificadas como perversas, como en los casos de
apropiación de los recursos del otro o de los otros. Y un modelo económico de
apropiación de recursos a favor de uno o de unos, es un modelo de medios de
influencia perverso.
La historia de
humanización, es precisamente el esfuerzo continúo de los seres humanos por
colocar en el centro de las relaciones humanas el autointerés. Es el esfuerzo
por hacer de los humanos seres sujetos de moralidad, sujetos de principios
éticos.
Tanto el
autointerés como las formas de influencia en el otro, necesitan de medios para
su realización. Darwin (1859/1983) se refiere a esto en los siguientes
términos, “la variabilidad está generalmente relacionada con las condiciones de
vida a que ha estado sometida cada especie durante varias generaciones
sucesivas… En todos los casos hay dos factores: La naturaleza del organismo
–que es el más importante de los dos- y la naturaleza de las condiciones de
vida” (p. 190). Para el caso del autointerés, los medios son básicamente medios
mecánicos, es decir de relación directa entre el organismo y el ambiente
fisicoquímico y bioecológico. Para el caso de los medios de influencia en el
otro, estos son medios de desarrollo convencional. Es decir, se trata de medios
que funcionan por modos de conducta acordados con el otro; como cuando alguien
dice “pásame la sal”, esto sólo funciona por que hay una relación
convencionalizada entre el referidor y el referido.
Sólo cuando una
sociedad logra convencionalizar el autointerés, es decir, que acuerda
plenamente las formas de intercambio y acuerda los “cómo” para el respeto del
autointerés, estamos ante una sociedad con un principio moral.
Tiberio
Pérez Manrique
Referencias
Darwin, C. (1859/1983). El origen de las especies.
Madrid: Sarpe.